Esto sucedió porque tenía que cumplirse lo que había escrito el profeta Isaías:
«Dios mío, ¿quién ha creído
en nuestro mensaje?
¿A quién le has mostrado tu poder?»
Por eso no podían creer, pues Isaías también escribió:
«Dios los ha hecho tercos,
y no los deja entender,
para que no se arrepientan
ni crean en él,
ni se salven.»
John 12:38–40